Te levantas, una mañana más, y te das cuenta de que no está, como el resto de despertares desde aquel día. Lo echas de menos, sientes que tu corazón se acelera al pensar en su sonrisa y una lágrima recorre tu rostro cuando te repites a ti misma que tienes que ser realista, y que debes darte cuenta de una jodida vez de que ni está, ni volverá a estar, nunca más, que lo que habéis vivido quizá para él ahora mismo sea un error, y que no le importas, no le importas nada.
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