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domingo, 26 de enero de 2014

Que estuviera loco me volvía loca a mí.

Estaba loco. Se emborrachaba y me gritaba que estaba enamorado de mí, y me quitaba la ropa en el coche, aunque fuera hacían -8 grados, pero yo me dejaba, porque os juro que dentro no hacía precisamente frío. Subía el volumen de la música al máximo y pretendía que su voz se siguiese escuchando, y se reía, porque yo me reía de que no fuera capaz de mirarme a los ojos sin ponerse nervioso. Me echaba el humo en la cara sintiéndose poderoso sin darse cuenta de que el porro nos lo estábamos fumando a medias. El capullo me llamaba a mitad de noche diciéndome que le gustaba mi voz de recién despertada y que le hacía gracia que no me enterara de que terminaba reconociendo que lo hacía porque me echaba de menos. Le costaba, pero me demostraba que me quería con los pequeños detalles. Solía decirme que quería llevarme al cielo y prometo que, aunque no se lo decía nunca, lo conseguía y con creces. Estaba loco tío, y eso me volvía loca a mí.


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