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viernes, 20 de junio de 2014

Y es que odio no saber rendirme.

No sé qué es más duro, si perder a alguien o el hecho de tener que aceptar que lo has perdido, que no va a volver. Que nunca más habrá sonrisas en días grises, que solo quedarán los colores oscuros y las noches llenas de echar de menos.
Lo jodido es no entender cómo ha podido pasar, no saber en qué puto momento dejaste de ser suficiente, o en qué instante os proclamásteis perdedores de la peor forma que un perdedor puede hacerlo, rindiéndoos.
Lo difícil es saber que, si quizás las cosas hubieran sido de otra forma, si quizás esa mirada os hubiera dado unos meses más de fuerza, seguiríais creyendo ser eternos. Y sí, también es difícil saber que no encontrarás nunca a nadie que te haga sentir así. También es jodido ver como pasan los días y ninguno de los dos es capaz de aceptarlo, que ninguno de los dos es capaz de echarle cojones y decir 'si estoy aquí es por ti'.
Sentir que no puedes dar más. Sentir que todo lo que das ya no sirve para nada. Eso es destrucción. Eso es hundirse. Eso es saber que no vas a salir de ese pozo en mucho tiempo.
Y llorar de rabia. Y morirse de impotencia. Que dos personas se quieran y no puedan estar juntas. Eso sí que es jodido.
Que dicen que querer es poder, sí, pero a veces no se quiere suficiente, o simplemente no se puede querer. O yo que sé.
¿Sabes? Me encantaría saber rendirme. Pero no puedo renunciar a algo que no quiero renunciar. No puedes pretenderlo, porque es imposible, casi tanto como no quererte de esta estúpida forma tan infinita.



miércoles, 18 de junio de 2014

Magia.

Y es que recuerdo perfectamente el cosquilleo que sentí recorriendo mi cuerpo de pies a cabeza. Al igual que recuerdo esos impulsos casi irrefrenables que temía que se volvieran en mi contra y pasaran de mi boca a la tuya por vete tú a saber qué proceso. Y mi estúpida reacción de querer deshacerme de ellos, como si acaso fuera capaz, como si fuera capaz de dejarlos caer sobre mis pies y pisarlos.
Y allí estaba yo. A tu lado, fingiendo que me importaba algo el resto del mundo, observándolo mientras con el rabillo del ojo podía apreciar tu mirada fija en mi culo y tu tentadora sonrisa. Tenía tanto miedo de que olvidaras aquel momento, tanto miedo de que te diera por huír y de que lo mandaras todo a la mierda que cogí tu mano, como acto reflejo. Supongo que para recordarte que aún seguía ahí. A tu lado.
Y ahí estabas tú; respondiendo a mis caricias con susurros sin sentido, que, aunque suene a locura, eran lo único que le daba significado a lo que algunos llaman vida hoy por hoy. Y es que en ese momento supe lo que era la vida. Lo supe cuando me miraste a los ojos y me dijiste que juntos podíamos con todo. Es como si de verdad pudieras hacer magia. Como si lo hubieras arreglado todo. Incluso a mí, y quién iba a decir que eso iba a ser posible algún día. Pero es que tú siempre lo arreglas todo, y eso es lo que yo aún no sabía.



sábado, 7 de junio de 2014

Y yo qué sé.

No sé, es como si hubiera dejado de esperar algo de cualquier persona.
No sé, ahora las noches son bonitas, porque seguimos viendo la misma luna.
No sé, es como si sintiera que nunca voy a cansarme de cabalgar sobre tu torso desnudo. Y de morderte el cuello para que tus fuertes brazos nos peguen aún más de lo que lo hace la vida.
No sé, quizás no tenga ni puta idea de lo que es el amor, pero sigo diciéndote que me vuelves loca.
No sé, dicen que que todos los caminos llevan a Roma, pero ¿qué ocurre si a donde yo quiero llegar es a ti? Si sería capaz de convencer a cualquier fase de la Luna de que te quiero sólo con mirarte.
No sé, pero a veces los cigarros se consumen demasiado rápido. Será porque me entretengo echándote de menos, o porque necesito asumir el hecho de que todo tenga un final.
No sé, pero me gusta enredarte y acabar oliendo a ti. Hasta que la noche se canse de nosotros.
No quiero saber por qué, pero siento que si no eres tú, no es nadie. Ni si quiera soy yo si no es contigo.
No quiero saber por qué, pero solo quiero que mi piel se erice al deslizar tu dedo por mi espalda.
Y susurros. Y besos. Y despeinarnos. Y sábanas demasiado revueltas. Y querernos. Y reírnos de la vida. Y yo qué sé.