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sábado, 9 de abril de 2016

Silencio.

A veces le preguntan quién es y ningún pedacito, de esos que cada día se van haciendo más pequeños en su interior, consiguen ponerse de acuerdo para contestar algo que tenga un mínimo de sentido. Es así por lo que, en cierto modo, ella es silencio (que suena más bonito que no tener ni idea).
Os contaré algo: silencio siempre calla, más de lo que debería. Siempre calla porque prefiere mantener dentro ese caos que arrasa con todo cuando llega, y que, al fin y al cabo, no deja de ser SU caos. Aún así, silencio sabe que hace mucho daño; y que, sin querer, es capaz de destruir mucho más, incluso, que grito. Y a silencio no le gusta eso, ella nunca quiere hacer daño. Ella solo quiere aprender a querer, a querer bien, pero siempre todo acaba en destrozo. Es como si silencio tuviera veneno en las yemas de sus dedos, un veneno invisible, que atrapa rápido pero actúa lento.
Silencio tiene muchas heridas, algunas tan abiertas que ya nunca van a cerrarse, y hasta ella lo sabe, pero sigue empeñada en pensar que lo hacen cuando él la abraza, porque así lo siente: parece como si, por un momento, no hubiese ninguna que le doliera. Y lo tiene tan claro, tiene tan claro que esa debe ser la solución para cicatrizar, porque nadie más sería capaz de convertir sus temblores en canciones de aquella forma.
Y bueno, que a silencio ni siquiera le gusta ser silencio, pero sabe que no hay más opciones. Así que calla, aguanta y sigue. O eso intenta.

martes, 8 de marzo de 2016

Bajo cero.

Ojalá nunca sepáis lo que es estar tan rota, sentirse tan sola y necesitar tanto un abrazo.
De verdad, ojalá nunca sintáis que se os está cayendo el mundo encima y que jamás antes, ni aun cuando iba cayéndose algún que otro cimiento, os habíais sentido tan frágil. 
Que se destruyan todos los soportes. Que solo queden ruinas, y un corazón agonizante intentando, casi siempre en vano, salvarlo todo. 
Y es que no hay silencio que pueda gritar más fuerte que el mío, no hay silencio que diga tantas cosas como el de estos labios de hielo que, agrietados, te buscan para que salves tú. 
Que salves este desastre, que pares el tiempo, que me hagas amanecer otra vez, infinitas veces.
Que de todo se sale y a todo se puede entrar, por eso jamás digas de este agua no beberé.
Que me faltan fuerzas, y sé que no vendrán solas, sé que saldré a buscarlas. Pero ya mañana.
Y es que solo necesito que alguien me encuentre, me saque de aquí y me recuerde que la luna es eterna, porque aunque se esconda, a la noche siguiente siempre brillará con más fuerza.
Decís que hay que perderse
para encontrarse,
pero yo sólo veo caminos
sin salida 
y cada día sé
menos
quién soy.


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Hagamos Navidad.

Debo confesar que prefiero fallarme a mí misma antes que a ti, mi amor, porque no hay nada más bonito que que las comisuras de tus labios se pinten hacia arriba, y nada más doloroso que la desesperanza que se esconde en la sal de tus lágrimas a veces.
Debo confesar, y confieso, que si no estás no vuelo, y que cuando me encierro entre tus brazos, ya no necesito alas. Qué bonita es la libertad de no necesitar a nadie más para ser.
Que si volvemos a caer, prometo levantarme de nuevo, tirar de tu mano y desafiar al tiempo, que acecha, como siempre, como si no supiera que cuando dos personas se aman, serán jóvenes hasta la muerte. Y da igual si llueve o no, porque vienes, y el arco iris se formará en mis pupilas al verte. Y da igual a lo que otros llamen realidad, la mía eres tú, tú conmigo, yo contigo y vuelta a empezar. Porque te toco y olvido, porque te abrazo y dejo de temblar.
Por eso hoy, mi amor, te pido perdón por los días en los que no he sabido decirte lo que siento, por todos esos días en los que la araña del agobio teje, al rededor de mi corazón, su tela blanca para comerse mi paciencia. Siento que a veces ésta caiga en su trampa.
Por eso hoy, mi amor, vamos a querernos bien, a merecernos, a seguir enredando nuestras manos.
Por nosotros,
hagamos Navidad.


domingo, 15 de noviembre de 2015

Espiral negra.

No sé cómo ayudarte. No sé cómo sacarte de tanta oscuridad en la que te has ido metiendo poco a poco, casi sin darte cuenta, y en la que creo que ni siquiera sabes que estás. No puedo ver cómo pasan los días y sigo sin poder hacer nada por ti, sin poder hacerte ver lo mucho que me has enseñado, y lo mucho que quiero que sigas enseñándome hasta el final.
No lo entiendo. No entiendo cómo puede volver a pasar, cómo ése veneno puede hacer que te olvides de todo y que lo único en lo que puedas pensar sea en llenarte de ella. Y es cierto, no sé cómo te sientes cuando todo se te desborda, no lo sé, pero quiero saberlo. Háblame, llámame, sólo abrázame si es lo único que quieres, pero no la busques a ella.
Ella, que se ha ido comiendo el color de tu vida, que te está dejando sólo y a veces hasta te quita el miedo a la muerte, acercándote a ésta, dejándote en la frágil cuerda floja. Ella, que ha destruido todo lo que un día construiste y que te está haciendo destruir todo lo que hoy tocas. Ella, tan segura de sí misma, tan segura de tu debilidad, de que volverás a ella, de que nunca cortarás esa espiral negra que te está conduciendo al abismo.
¡Devuélvemelo! Estoy segura de que él es más fuerte que tú, él es más fuerte que nadie. Devuélvemelo y prometo cuidarlo, como él sigue haciendo conmigo. Lo necesito, pero lo necesito completo, sin restos de ti merodeando por su alma, ¡deja de ensuciársela!


Un día él me dijo que la vida puede ser lo que tú quieras que sea,
no creo que nadie quiera una vida con ella.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Hay que saber cuándo dejarse la piel.

No hay nada más bonito que el sentir que alguien te quiere de verdad.
Cogió su mano con delicadeza, como el que se sirve un vaso de agua en la vajilla de porcelana de la abuela, y le susurró que no se iría. Ella le miró a los ojos y no dijo nada. Sonrieron. Bebieron el uno del otro durante unos cuantos minutos, que se les pasaron fugaces como la estrella a la que ambos, por separado, pidieron el deseo de no tener que separarse jamás; y se tumbaron a ver pasar la vida, su vida, la que dejaba en segundo plano a cualquiera que no fuera ninguno de aquellos dos locos amantes sin miedo a los finales.
Lo hacían todo al revés. Iban a la playa de noche y se tiraban el día durmiendo. Se veían llorar y se curaban las heridas con abrazos fuertes. A los dos les dolía que el reloj no tuviera piedad y no fuera capaz de detenerse para ellos en los momentos en los que se lo daban todo, pero aún así seguían haciéndolo, aunque siempre llegaran tarde. Se tiraban más tiempo eligiendo la película que viéndola, y a menudo tenían que ponerla desde el principio otra vez, porque se miraban a los ojos y se les entrelazaba el alma. Nunca estaban de acuerdo, pero conseguían sobrevivir a todos los enfados, y a todas las reconciliaciones (ni ellos mismos sabían a qué costaba más trabajo resistir). Cualquiera de los dos habría vendido su alma al diablo a cambio de tener la certeza de la felicidad eterna del otro, aunque cualquiera de los dos prefiriese siempre ser quien se la proporcionara.
No tenían una canción, pero sí miles de recuerdos dentro de cada una de sus preferidas. Por las noches se acostaban mirando al techo y pensando que cada día que pasara era necesario para que llegase el día que esperaban. Los dos tenían fallos, miedos y cientos de noches de autodestrucción, pero los dos sabían que se necesitaban, y que se tendrían, pasara lo que pasara.
Porque, cuando quieres a alguien con todo el alma, cuando sabes que alguien te quiere de verdad, si no luchas por mantener vivo eso que os une, estás muerto, habrás perdido la mayor de tus batallas. Y es que ¿de qué sirve vivir si no te sientes vivo?

sábado, 25 de abril de 2015

Por si mañana lo olvidamos.

Por si mañana lo olvido, hoy he escrito que un día te quise más que a mí misma; ya sabes, por si de pronto me pierdo y ya no te apetece salir a buscarme porque hace demasiado frío, por si llega el día en el que mis pulmones puedan funcionar sin que seas tú quien coja aire por ellos.
El tiempo es el asesino que ideó nuestro crimen perfecto. Y es que no hacen falta cuerdas, que es tu ausencia la que me ahoga, son tus ganas las que me faltan y tu calor el que me hiela. Y sí, es triste, porque antes era al contrario, tu frío hacía que ardiera cada rincón de mí, cada uno de esos que al final siempre compartía contigo, y se nos olvidaba el invierno.
Pero sé que algún día entenderás que mi corazón de cristal siempre ha necesitado de un poco de hierro del tuyo para latir. También sé que llegará el momento en el que me recuerdes y no sonrías, porque ya no te salga, porque ya no recuerdes mi olor y mis ganas de tu risa. Supongo que acabará llegando la hora en la que ya no apuremos el último minuto. Y no sé por qué, ni sé si nos lo merecemos después de habernos dado tanto, si será lo correcto o si podremos luchar contra ello. No sé cuánto tardará en llegar, pero llegará, o quizás ya haya llegado y yo no lo sepa, o no quiera saberlo, no lo sé.
Lo que sí sé es que me enamoré hasta de tus miedos a enamorarte, que habría cruzado el mar nadando con tal de que empezaras a quererte como deberías y que realmente fuimos eternos durante algún tiempo. Sé que si un día, sin darte cuenta, sonríes al mirarte al espejo porque te sientes vivo, aunque no sea conmigo, todo lo que di por esto habrá merecido la pena. Y es que no me importa alejarme si así consigues volar; no seré yo quien te corte las alas; jamás lo he hecho.
Por si mañana lo olvidas, hoy te escribo que te quiero más que a mí misma, y que aprenderé a no perderme: por mí, por ti, por nosotros.
Por si mañana lo olvidas, hoy te escribo que, cuando alguien te importa tanto, salvarse también es dejar que el otro lo haga, aunque eso te deje fuera de su camino:
desaparecerán los baches.


martes, 3 de marzo de 2015

Por las cosas difíciles.

Nunca le gustaron las cosas difíciles, y claro, ¿quién iba a pensar que conmigo haría una excepción? ¿Quién iba a pensar que cuando la cuesta se empinara, se secaría el sudor y seguiría corriendo? ¿Quién iba a pensar que yo iba a ser su ''no te rindas, gilipollas, que esto sí vale la pena''?
Pues yo. Yo lo pensaba. Y qué fallo, o qué acierto.
Qué muerte, pero cuánta vida, cuánta me diste y cuánta daría.
Que sí, que abandone, pero ¿cómo abandonar lo único que siempre logró que no lo hiciera? ¿cómo dejar de soñar que me despierto contigo?
Fácil nada. Y cómo duele. Difícil todo. Y cómo faltas.
Duele porque yo sí creía en la vida contigo, y porque, precisamente, sólo la vida contigo era lo que me hacía creer en la vida, en que de verdad servía para algo; y es que hacerte sonreír me hacía sentir capaz, viva.
Ahora entiendo a todos esos que decían que hay mucha diferencia entre vivir y que pasen los días. Vivir eras tú, ahora sólo se ríe de mí el reloj.
Pero a veces no funcionan los frenos que te empeñas en echar. A veces nos desabrochamos el cinturón y nos pasamos a la parte de atrás, y que conduzca otro. En esos días sí hay sol. En esos días sí hay vida. En esos días sigo siendo la única que piensa en ser tu excepción, en secarte el sudor y correr detrás de ti por la cuesta que nunca estará demasiado empinada, en que valemos lo suficientemente la pena como para ser la única que lo piense. En esos días sigo siendo la única que intenta que empieces a odiar un poco menos las cosas difíciles.