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martes, 26 de noviembre de 2013

Gilipollas que se quieren no, gilipollas que te quiere.

Me duele que seas tan egoísta. Sí, egoísta, has leído bien. Estoy cansada de ser algo con lo que juegas, y ya no solo es el hecho de que juegues conmigo, sino de que lo haces solo cuando te apetece. Tienes que aprender que si quieres que sea tu muñeca, he de serlo todos los días, en las buenas y en las malas joder, ¿por qué yo estoy dispuesta a arriesgar tanto por ti y tú no eres capaz ni de considerarme especial? No soy una más. No lo soy. Lo siento todo contigo ¿entiendes? Todo, y estoy segura de que eso no lo puede decir todo el mundo. Sentirlo todo significa desvivirme porque sonrías, y no importarme los más mínimo hacerlo si sé que lo consigo; es, yo que sé tío, levantarme y comerte el cuello, y que mientras me ducho vengas y me sigas poniendo nerviosa al conseguir erizar mi piel sólo con rozarla. Es amarte, amarte joder. Dime, ¿quién mierda estaría dispuesta a amarte así, como yo lo hago, incondicionalmente? Lo echo de menos. Echo de menos despertarme contigo, aunque no estemos en la misma cama (bueno, ni en la misma cama ni en la misma ciudad si quiera). Me jode mirar al cielo y recordar que me dijiste que aunque no pudieras cogerme la mano en ese preciso momento, los dos estábamos viendo la misma luna y que sólo ella podría saber lo mucho que nos amamos. Es inevitable sentirme vulnerable, si sé que nadie puede ayudarme aunque realmente quiera que vuelva a ser feliz. Ya no me despertaré más contigo, nunca más, y la luna se olvidará de cuánto me querías porque no se lo contarás cada noche, porque hasta tú mismo serás quien lo olvide; aunque yo si lo haga, aunque yo siga queriéndote, como una gilipollas.

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